4 años y medio pasaron, y de ser un ñoñín de computadoras pasé a ser un ñoño de moléculas, de síndromes, de estadísticas y de diagnósticos.
Empezando el 2008 seré un médico interno de pregrado (MIP): que es básicamente un título provisional de doctor que se te otorga a fin de poder abusar de ti como mano de obra barata en una de las instituciones del congestionado sistema de salud mexicano por un año a fin de continuar tus estudios.
Así que se supone que me “gradúo” aunque mi plan de estudios contempla 13 semestres y yo sólo he terminado 9. Yo no le veo de que enorgullecerse a ese asunto: no me enorgullezco de calificaciones porque soy mediocre, no me enorgullezco de haber festejado demasiado porque soy un ñoño y no me enorgullezco de terminar porque de aquí en adelante ya no hay línea de meta y cualquier logro pasado es irrelevante.
Si ha pasado el tiempo y se supone que es ocasión de celebrar debe de haber una razón, y en efecto, la hay. Me enorgullezco de haber crecido, me enorgullezco de como dicen verme mis compañeros, me enorgullezco de mi sonrisa cuasihumanoide y me enorgullezco del cariño que le tengo a la gente que he conocido en este tiempo.
Y terminé, ya no voy a recibir clases en los mismos salones, ni seguiré viendo a los mismos maestros, ni a los mismos compañeros; eso se acabó. Y eso es lo que celebro. Ha terminado nuestro tiempo de cambiarnos los unos a los otros.