lo sabía
Y camino por un almacén, cielo abierto, cielo nublado, aire frío, ambiente gris; enormes contenedores rectangulares que forman un laberinto de formas y alturas. El lugar da un feeling de olvido, los contenedores de metal con sus parches de óxido, el suelo de cemento resquebrajado, y la sensación de que hay alguien a la vuelta del próximo contenedor, pero claro, no hay nadie. En realidad no llevo mucho caminando cuando veo al primer simio, él me voltea a ver, me acusa con la mirada; era uno como yo quien lo había despojado del pellejo. Lo acompañan otros dos, se arrastran como él, dejando un sendero de humedad rojiza por el suelo. Doy la vuelta antes de acercarme demasiado a ellos, continúo mi camino, hay otro trío de ellos revolcándose en el suelo, igual: sufriendo y sangrando, su mirada no solo muestra sufrimiento, sino mas bien el reflejo de un profundo odio. Yo no los veo, pero sé que como ellos, hay mas simios despojados de su piel por todo el complejo.
Me toca el costado un niño, tiene miedo, yo lo sé. Me relata sus temores, los conozco, es el miedo de niño. “Vete a dormir, no hay a que tenerle miedo”. Sé que el niño se va a dormir. En ese momento, hay algo en la palma de mi mano derecha (no lo siento, lo sé): tres changuitos de metal, entre ellos iguales pero diferentes.
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