domingo, febrero 26, 2006

sueños dislocados


Una tarde con Raquel: hamburguesas, película (incompleta) y el inevitable café frappé con caramelo. Mientras veíamos la película saqué la cámara, el rollo tenía ahí semanas (meses, años), dudaba que en realidad sirviera. Resultó servir y esto es el scan de los negativos de tres de las fotos.

Primer cuadro, una morsa en su habitat natural. Segundo cuadro, su servidor en su ambiente natural (el limbo). En el tercer cuadro, una escena de “Los excéntricos Tenenbaums” en la que el personaje de Gwyneth Paltrow le dice a su esposo neurólogo (Bill Murray) que no lo quiere. Sutil.


viernes, febrero 24, 2006

evolución


Las jirafas sin cuello simplemente se han ganado un lugar en mi cabeza.

lunes, febrero 20, 2006

gatitos

Fuí a comer sushi con mis padres a un retaurantcito de comida japonesa. El lugar es pequeño y solo hay unas seis mesas. A nuestro arribo estaba vacío, solamente una mesa ocupada. Nos sentamos y ordenamos comida: sopa, verduras y sushi. La mesa que escogimos me permitía ver directamente a la vitrina donde preparan la comida, se la entregan a los meseros y les señalan a que mesa llevarla. Observo que la dama que prepara el sushi tras la barra llama al mesero “estos de aquí son monitos” señalando a los clientes de la mesa aledaña y entregándole en el acto un plato de comida y diciendo: “monitos”.

Rato después advertí como le llamaba al mesero sosteniendo mi comida, se la daba y le decía: “¡gatitos!”

domingo, febrero 19, 2006

over

Mi primer exceso conciente: beber demasiada agua, de niño solía pensar en mi cuerpo como un continente vacío que tenía como paredes mi piel. Prueba era que al tomar suficiente agua mis entrañas se revolvían con cada salto. En aquel entonces tenía un genuino miedo a desinflarme, de ahí que tenía que tomar agua hasta que orinar era un hábito de cada media hora.

Exceso: orgullo incapacitante. En realidad divido mi vida desde el punto en el que me exorcicé de una parte importante del orgullo venenoso. Dada la naturaleza pelotezca de la vida (porque rebota, claro) no estoy seguro si en realidad hubo algún cambio verdadero.

Exceso: azúcar. Mató a mi abuelo materno y matará a una buena porción del resto de mi ascendencia. Adoro el azúcar, sus derivados y amigos. En realidad no hay mucho que decir aquí, Celia Cruz también esta muerta.

Exceso: nintendo. El que me conozca sabe que soy adicto a los aparatejos y el que me conozca un poco más sabe que soy un gamer mediocre. Invariablemente, es una preocupación constante el temor de no poder jugar el próximo zelda o final fantasy.

Exceso: coca-cola. Una amiga de mi madre le llamaba “leche negra”, mi mamá ironiza con el que uno de los hijos de esta señora enfermó gravemente de alguna enfermedad nutricional poco tiempo después de que su madre acuñara el término. He considerado la posibilidad de dejar de tomarla cantidad de veces, a la fecha, está burbujeando a mi lado.

Exceso: tensión arterial. En la escuela jugamos mucho a que sabemos lo que hacemos. Entre tantos ejercicios de medición de tensión arterial no recuerdo una sola ocasión en que esta haya estado dentro de los rangos normales.

Exceso: paranoia. Volteo hacia los dos lados antes de cruzar una calle. También hacia arriba y hacia abajo.

Exceso: distraído. Se ha documentado una cantidad bastante relevante de juicios respecto a mi falta de atención por las cosas que existen. Esta falta de atención está bastante mal equilibrada con mi yo paranoico, el cual siempre tiene completa mi atención.

Exceso: llorón. Soy relativamente fácil de ofender, irritar o lastimar; la hueva implacable asociada a este sentir me ha llevado a un aturdimiento emocional a varios niveles. Aún no estoy muy seguro si esto es novededad o me he sentido así desde siempre.

martes, febrero 14, 2006

poema del 14 de febrero

Los hombrecillos del cerebro guardan silencio,
uno de ellos se siente agredido.
No es lo malo lo doloroso del evento,
pero su amistad se ha acabado.
Y es que los susurros del que siente el que mueve no los escucha.

A el que siente le irrita no ser escuchado,
pero el que mueve sólo hace lo que puede.
Como no escucha el cielo sin nubes al campo donde no llueve.
El hombrecito silencioso está más que dormido,
muere de hambre, es un niño que no ha comido.
El que siente y antes callaba ahora le grita.
Pues eran hermanos y sus ideas el que mueve siempre atendía
era así que al mundo movían.
Ahora sólo hace oídos sordos, músculos rígidos y pupilas dilatadas.

El silencio que hasta la muerte lo atraparía
para el que mueve comenzaría.
Con su hermano en lo consiguiente no habrá palabra intercambiada.
Y así es como el que mueve comienza a disolverse,
en un entierro en la cabeza de alguien que ya no puede moverse.