sábado, agosto 19, 2006

pájaros negros volando: muerte propia

Así como me muero, me estoy apagando, columnas que colapsan, líneas blancas brillantes absorbidas por el resumidero. El tumor extirpado, el globo desinflado, humo disipado.

Y llega Karla a casa de Antonio, toca la puerta. Abre la abuela, que le grita a Antonio: alguien te busca. Sale, Antonio le pregunta a Karla que ha pasado, Karla le responde con serenidad, el Leo falleció.

Karla no sabe cuanto me irrita la palabra fallecer, suena como el viento desprendiendo una hoja seca. Como si no hubiera puesto resistencia a la muerte, como si yo no le hubiera hecho frente, no lo hice, pero ella no tiene por que andar divulgándolo.

Me morí, no por un abrazo de monóxido de carbono, ni con sangre en el lavabo (a como veo la manera adecuada de suicidarse), ni morí asesinado por una multitud iracunda cuando me burlé de su (fe/partido/corte de pelo). Mi muerte fue algo mucho menos interesante, más aburrida e igual de imprecisa de lo que esperaba.

Y veo las faldas negras en mi funeral, ni remotamente tan hollywodesco como uno se lo imagina, ni tan ñoño como hubiera querido, más concurrido de lo que hubiera esperado… comida gratis, claro. En realidad hay poca gente conocida y desde el otro lado de la vida nos se les ven las caras.

No me quemaron, que bueno, es mas natural podrirse. Igual no le prestan atención a mi cadáver, todos piensan en otra cosa, flores tristes, tumbas olvidadas, padre-hijo-espiritusanto, adiós Leo.

1 comentario:

Bienaventurada dijo...

Descanse en pans, Leo