jueves, septiembre 30, 2004

sueño entre los flujos de estrellas

Me encontraba ahí, navegando el cosmos. Una mujer con el pecho abierto frente a mí, su corazón en mis manos. Yo con la boca abierta y los ojos en las estrellas -buen momento para olvidar cómo hacer cirugía a corazón abierto-. Es una habitación de paredes de plástico blanco, con una pequeña ventana redonda en el fondo enmarcando el espacio exterior. No todo es blanco y negro, pero si de tonos intermedios. La mujer a mi lado parece estar extrañada de que yo detenga el procedimiento. La dama de apariencia étnica mexicana se llama Claudia, nacida y criada en Alemania. Ella me auxiliaba en la operación. Continúo obnubilado, mis ideas secuestradas no conformes con haberme abandonado ahora se vuelven en mi contra. Claudia me observa con una mirada inquisitiva y decide esperar a que me vuelva el alma.


Abruptamente un pequeño simio salta, me arrebata en un suspiro el corazón de las manos y corre hacia fuera de la habitación. Estoy de vuelta en este plano. Volteo a ver a Claudia con indignación, haciendo a mi subordinada un claro ademán para que vaya, destace al maldito macaco y traiga de vuelta el corazón, no hay tiempo. Claudia me lanza una mirada severa, se voltea y permanece sentada observando volverse azules las entrañas del cuerpo sangrante frente a ella.


Me tiemblan las manos, la muerte acecha mientras yo me muevo entre las cámaras de la nave completamente vacía. Mis manos cubiertas de sangre manchaban las paredes de los túneles con un rojo brillante fuera del espectro de esta realidad. Contrastan tanto en este mundo gris. Los techos tan bajos, hacían que correr fuese algo cómico y muy doloroso. Sigo los rastros carmesí que deja a su paso la bola de pelos, estoy cerca, y completamente desesperado, si no regreso el corazón a su lugar pronto… para que complicarse con explicaciones.


Entro a la cabina de control y recorro con los ojos toda su extensión: paredes de plástico, botones brillantes, sillas de plástico y una ventana enorme con la oscuridad absoluta del otro lado. La habitación está completamente vacía, excepto por el maldito vestigio evolutivo que está sobre el respaldo de una silla. Él me sonríe (como sonríen los changuitos), me acerco, pero él se queda calmadito, tranquilo, quieto. Tomo el corazón entre mis manos. Y comienzo a observar la ventana enorme que enmarca el espacio. El resto, el resto son puras estrellas.

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